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Deseo, presión o decisión:
¿Por qué las mujeres chilenas eligen realizarse una intervención estética?

La decisión de someterse a un procedimiento estético va más allá de la superficialidad. Para muchas mujeres, representa la convergencia de diversos factores personales, emocionales, sociales y culturales que influyen en la percepción de su cuerpo y su autoestima. En un escenario dominado por estándares de belleza cada vez más homogéneos, la modificación corporal se presenta como una forma de responder a esos modelos, la inseguridad o incluso de ganar confianza en sí mismas. 

 

Los resultados de la encuesta aplicada en el contexto de este repo, “Motivaciones de las mujeres chilenas para realizarse cirugías estéticas o procedimientos estéticos no quirúrgicos”, y respondida por 34 mujeres chilenas que han pasado por procedimientos quirúrgicos y no quirúrgicos, destaca que más del 70% declaró que su principal motivación fue mejorar su autoestima, muy por encima de razones como seguir una tendencia o agradar a otros. Aunque sólo una minoría reconoció haberse sentido presionada por su entorno, más del 60% indicó que las redes sociales influyeron de forma significativa en su decisión, ya sea por la exposición constante a contenido aspiracional o por la comparación con estándares corporales idealizados. La mayoría afirmó sentirse satisfecha con los resultados y muchas aseguraron que volverían a realizarse otro procedimiento. En este contexto, la estética corporal deja de ser un simple recurso superficial y se transforma en un acto de reafirmación personal, donde el cuerpo funciona como carta de presentación, vehículo de validación social y espacio de autocuidado.

La búsqueda de una imagen corporal ideal ha sido promovida durante décadas por la televisión, la publicidad y el cine. Claudia Iris Bazán y Rosinella Miño, docentes e investigadoras en los campos de la psicología y la comunicación, plantean en su texto “La imagen corporal en los medios de comunicación masiva que los medios”, como en los medios, constructores de expectativas sociales, cumplen un rol fundamental en la expansión de este modelo estético. A través de la difusión constante de patrones de belleza, especialmente centrados en la delgadez, ejercen un efecto particularmente fuerte sobre las mujeres. Las autoras destacan el impacto de la televisión en la propagación de valores asociados a la “cultura de lo light” y a la estética del cuerpo delgado, ideas que se internalizan y moldean el pensamiento femenino.

Hoy, esa presión se ha intensificado con la masificación de las redes sociales, donde los estándares de belleza se agudizan a través de imágenes retocadas, filtros e influencers que proyectan cuerpos estilizados como modelos a seguir. Plataformas como Instagram y TikTok no solo han transformado la forma en que las mujeres se exponen, sino también cómo se perciben a sí mismas. En este contexto, la psicóloga Mirla Aguilera  y especialista en Neurociencia señala: “Creo que las redes sociales han tenido un gran impacto en cómo percibimos los estándares de belleza. A lo largo del tiempo, hemos ido cambiando de un patrón a otro: primero fueron las mujeres extremadamente delgadas, como las modelos de élite, luego llegó la era del “team Mekano”, con cuerpos muy delgados pero intervenidos quirúrgicamente. Más adelante, surgieron figuras como las Kardashian, caracterizadas por cinturas muy pequeñas y cuerpos voluptuosos. Después vivimos un periodo en el que se aceptaba la diversidad corporal, pero ahora estamos ante un auge de los procedimientos estéticos, como el ácido hialurónico, rellenos y otros tratamientos similares.”

Esta constante exposición a representaciones idealizadas genera un entorno de comparación permanente, en el que muchas sienten la necesidad de cambiar su imagen corporal, rejuvenecer o reducir tallas para cumplir con lo que se cree socialmente aceptado. Además, Aguilera destaca que “Cuando aparece muy fuerte la dismorfia corporal, es cuando percibo mi cuerpo distinto a la realidad. Es un trastorno psicológico que se puede tratar, pero que lleva a buscar la perfección. ¿Cuál es la perfección? ¿Cuándo parar? No siempre es patológico; también está la autoestima, que no necesariamente es tan complejo como la dismorfia corporal.”

MUJERES QUE OPTARON POR PROCEDIMIENTOS ESTÉTICOS

En este contexto, ha cobrado fuerza el trastorno dismórfico corporal (TDC), una condición que implica una percepción distorsionada de la propia imagen. Quienes lo padecen suelen enfocarse obsesivamente en supuestos defectos físicos, reales o imaginarios, lo que deriva en comportamientos compulsivos. Aunque fue descrito a fines del siglo XIX, en la actualidad se ha resignificado con el auge de las redes sociales a través de un nuevo fenómeno: la dismorfia de la selfie. Esta tendencia lleva a las personas a compararse con sus propias fotos retocadas y con filtro, lo que intensifica la insatisfacción con su apariencia real. 

 

Según investigadores del Boston Medical Center (BMC), el TDC afecta aproximadamente al 2% de la población. En su estudio “Living in the Era of Filtered Photographs", observaron un aumento de pacientes que acuden a consultas de cirugía estética con el objetivo de parecerse a las versiones filtradas de sí mismos en redes sociales. Este fenómeno evidencia cómo la exposición constante a estándares inalcanzables puede impactar seriamente en la salud mental y en la construcción de la autoimagen, especialmente entre mujeres jóvenes.

En esta línea, Bibiana Mendoza, cirujana plástica y miembro de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica, explica cómo las redes sociales han transformado la percepción de la belleza y aumentado la presión por cumplir con ciertos estándares estéticos. “Las redes sociales han influido enormemente. Todo el fenómeno de las selfies, los videos y la exposición frente a seguidores ha hecho que una población más amplia, incluyendo mujeres adultas, empresarias que necesitan mantenerse visibles, sientan la presión de verse bien. Pero también estamos viendo a adolescentes y niñas que comienzan a maquillarse desde muy temprano con el deseo de cumplir con ciertos estándares. Esto ha generado una sobredemanda de procedimientos y unos estándares mucho más altos de lo que es la belleza. Antes, por ejemplo, unos labios ligeramente delgados eran aceptados, pero hoy muchas personas buscan tener labios voluminosos porque es lo que se ve bien, lo que está de moda. Y eso, por supuesto, también ha traído una serie de consecuencias”.

Este aumento en la exposición a imágenes idealizadas y la constante comparación ha hecho que trastornos como el trastorno dismórfico corporal cobren cada vez más relevancia. El TDC, que implica una percepción distorsionada de la propia imagen, se manifiesta en obsesiones por supuestos defectos físicos y conductas compulsivas para intentar corregirlos. En la práctica clínica, profesionales de la estética y la salud mental enfrentan con frecuencia casos donde la búsqueda por alcanzar estándares inalcanzables pone en riesgo la salud física y emocional de las personas. Este escenario evidencia la complejidad de la relación entre las redes sociales, la autoimagen y el bienestar psicológico, y plantea la necesidad de un abordaje integral que considere tanto los aspectos médicos como los psicológicos.

Desde la experiencia clínica, Paula Quezada, médico estético en la clínica Naves, ha visto cómo la presión por modificar la apariencia física puede llevar a algunas pacientes a exponerse a intervenciones sin precauciones. “La dismorfia corporal es un tema complejo, porque uno sabe que esa persona va a salir de acá, va a mirar su teléfono, y en cinco minutos va a encontrar a alguien dispuesto a hacerle el procedimiento igual. Me tocó atender a una paciente con diagnóstico de dismorfia corporal, que además era enfermera. Una colega del hospital le había hecho los labios y la nariz, y tenía mucha migración, la nariz muy deforme, con riesgo de obstrucción vascular. Ahí lo que hicimos fue disolver todo y, aun así, ella constantemente cada 2-3 meses está preguntando si necesita ‘boto’, y uno ahí la va frenando. Lo primero que hice fue disolver todo. Cuando salió, vino con su papá, y él lloró al verla y le dijo: ‘Hija, no te hagas nunca más nada, te ves muy linda así’. Ahí dije que uno no puede ser cómplice de una mala praxis como esa.”

Según el informe del SERNAC “Estudio de caracterización de los servicios de estética integral: lo que debes saber del mundo del embellecimiento”, se proyecta que el mercado mundial de tratamientos estéticos no invasivos crezca de forma sostenida, con una tasa de crecimiento anual compuesta del 12% entre 2021 y 2026. Este auge está estrechamente vinculado al avance del mundo digital, el auge de las redes sociales y la exposición constante a estándares de belleza en diferentes plataformas. En este contexto, la demanda por productos cosméticos y tratamientos estéticos ha aumentado considerablemente. Los procedimientos no invasivos han ganado popularidad debido a que son rápidos, menos riesgosos y no dejan cicatrices, en comparación con otras intervenciones de embellecimiento. De acuerdo con datos de ISAPS, solo en 2024 se realizaron 26.996 procedimientos no quirúrgicos en Chile, mientras que a nivel mundial la cifra superó los 20,5 millones.

 

Sin embargo, la decisión de someterse a una intervención estética no puede reducirse simplemente a una respuesta a lo que se muestra en las redes sociales o a la presión social imperante. Para muchas mujeres, estos procedimientos y cirugías representan mucho más que un cambio físico, son una manera profunda y personal de reconciliarse con su propia imagen corporal. En muchos casos, estas intervenciones y cirugías se convierten en una solución para recuperar la confianza y la seguridad que, por diversas razones, se han visto afectadas a lo largo de sus vidas. Las cicatrices emocionales producidas por años de críticas, burlas, comparaciones negativas o inseguridades internas pueden dejar una huella profunda que influye en la manera en que una persona se relaciona consigo misma y con los demás. 

 

Desde esta perspectiva emocional, la cirugía y procedimientos estéticos pueden ser entendidos como un acto de reparación, un proceso de sanación interna que va más allá de lo físico. Es un momento crucial en el que se redefine la relación con el propio cuerpo, donde la transformación externa se refleja en una renovación interna, otorgando un sentido de empoderamiento, aceptación y bienestar emocional que muchas veces se había perdido o nunca se había logrado plenamente.

Carla Naves, doctora cirujano dentista y directora de Clínica Naves, observa en su consulta cómo este fenómeno cruza generaciones. “Veo muchas pacientes de 50 o 60 años, y muchas comentan que, a nivel laboral, necesitan sentirse más confiadas, más capaces y más competitivas. Esa es una motivación muy importante en los tratamientos, al menos en el público que vemos acá. Muchas personas antes buscaban parecerse a los filtros, pero eso ha bajado un poco. Con el Zoom pasó que varias se acomplejaron al verse en pantalla, y ahí aumentó la demanda. En mi público principal no es tan común que quieran parecerse a alguien. Eso sí lo vemos en chicas más jóvenes, que suelen pedir los labios, la nariz o la mandíbula de alguna famosa. En cambio, las mayores buscan rejuvenecer de forma más natural, recuperando sus propios rasgos”. 

En algunos casos, estos procedimientos estéticos se experimentan como una manera de recuperar o ejercer control sobre la propia imagen, especialmente en un contexto donde los cuerpos son constantemente observados, evaluados y comparados. Para muchas mujeres someterse a una intervención puede representar un acto de reafirmación individual, un intento por sentirse más cómodas con su cuerpo, por alcanzar una mayor seguridad personal o incluso por reconciliarse con el reflejo que ven en el espejo cada día. Esta decisión, aunque influida por factores externos, puede vivirse como un proceso de empoderamiento o transformación emocional.

 

María José Parra, periodista de 43 años, se sometió a una cirugía de aumento mamario que, según relata, tuvo un impacto profundo en su vida. “Después de la cirugía, yo creo que me cambió la vida a nivel psicológico y emocional. Me sentía más empoderada, podía usar escotes y comprar ropa interior linda. Me ayudó mucho en la autoestima, en la seguridad, en cómo me paraba y me comunicaba con los demás”.

Pero su decisión también estuvo marcada por experiencias previas que dejaron huella en su vida. “Cuando algo te falta físicamente, siempre existe esa fijación. A mí en el colegio me decían ‘nadadora’ porque no tenía nada. Tenía trasero, pero no pechugas, y eso socialmente se notaba. Se va quedando en la cabeza. No es algo que se te olvide”.

 

Una historia similar relata Mariela Sotomayor, quien también encontró en la cirugía estética una forma de transformar una larga incomodidad con su cuerpo. “Desde que era chica sufrí de obesidad y eso me hacía sentir muy poco contenta conmigo misma, con un autoestima muy baja. Viví así durante  muchos años, muy incómoda, y soñaba con algún día poder cambiar eso”.

Sin embargo, es fundamental reconocer que el impacto psicológico de someterse a una cirugía o procedimiento estético puede ir variando según la persona y no siempre ser positivo. Para algunas mujeres, la intervención puede representar un paso importante hacia la mejora de su bienestar emocional y autoestima, sin embargo, cuando la motivación principal radica en buscar una solución rápida a problemas profundos y no resueltos relacionados con la autoimagen o la salud mental, el resultado puede ser más complejo y desafiante. De hecho, puede incluso exacerbar la angustia, ya que las expectativas de transformación interna pueden chocar con la realidad del procedimiento.

 

Este tipo de conflictos internos puede reflejarse en quienes, pese a haberse sometido a un procedimiento, no logran sentirse plenamente conformes con su imagen. Isidora Krautwurstt, estudiante de Pedagogía en Educación Básica de 21 años, se realizó un aumento de labios con ácido hialurónico. “Siempre tuve un complejo con mis labios, sentía que eran muy pequeños. Por eso, decidí aplicarme ácido hialurónico. Desde entonces, mi autoestima y seguridad mejoraron. Ahora me siento más cómoda tomándome fotos o al pintarme los labios. Antes solía usar filtros que aumentaban los labios, pero ya no los necesito. Aun así, me gustaría inyectarme 1 ML más. Hoy, cuando me miro, sigo viendo mis labios pequeños. Siento una necesidad de tenerlos más grandes, es adictivo. Mis amigas y cercanos me dicen que están bien, yo solo pienso en seguir aplicándome más ácido hialurónico, incluso en otras partes de la cara”.

Además, muchas mujeres llegan al proceso con expectativas poco realistas acerca de los resultados, influenciadas por imágenes idealizadas y promesas de perfección en redes sociales y publicidad. Cuando los resultados no se corresponden con estas expectativas, es común experimentar sentimientos de decepción, frustración o insatisfacción, lo que puede afectar negativamente el bienestar emocional y psicológico. Por ello, es crucial que el proceso de evaluación preoperatoria incluya no solo aspectos médicos, sino también un acompañamiento psicológico que permita identificar y trabajar las motivaciones reales de cada paciente. Así, se puede fomentar una decisión informada, con expectativas claras y un enfoque integral que favorezca tanto el bienestar físico como emocional a largo plazo.

 

La Sociedad Chilena de Cirugía Plástica (SCCP) destaca que los cirujanos plásticos en el país, cuentan con la formación necesaria para reconocer este tipo de trastornos y comprender su impacto en la sociedad. En la actualidad, las redes sociales se han integrado como una herramienta habitual de comunicación con los pacientes, lo que permite a los especialistas mantenerse informados sobre las implicancias que tiene la modificación de la imagen personal y cómo esta influye en la forma en que las personas se muestran ante los demás. Por ello, están en condiciones de orientar a sus pacientes con responsabilidad y ética.

Cecilia Correa, empresaria de 42 años, comenta su experiencia al seguir modas impuestas por las redes sociales, que la influenciaron a someterse a una intervención estética: "Me hice un endolifting en el rostro, porque tiempo atrás estaba de moda la bichectomía y me saqué las bolas de Bichat. Eso hizo que mi cara se cayera hacia adelante. Me sentía más vieja, como que aún no era parte de mi rostro. Y terminé en otro procedimiento, menos invasivo, para corregir una mala decisión que tomé influenciada por las redes sociales."

En Chile, el aumento de procedimientos estéticos, quirúrgicos y no quirúrgicos, es una realidad que no solo responde a modas o tendencias, sino a cambios profundos en cómo las mujeres viven y sienten su cuerpo. Detrás de cada intervención hay motivaciones diversas: la búsqueda de autoestima, la influencia de las redes sociales y la presión del cambio constante de ideales de belleza.

Aunque existen avances en regulación y control, el fenómeno sigue siendo complejo y requiere atención, especialmente para garantizar la seguridad y el bienestar de quienes se someten a estos procedimientos. Más allá de los números y las normativas, están las historias personales que reflejan cómo la sociedad se relaciona con la imagen y la identidad. "La cirugía estética, la medicina estética y la estética han sido llevadas, por diferentes razones, a un punto de ser consideradas algo superficial. Y creo que nada está más lejos de eso, porque están profundamente relacionadas con la autoestima, con cómo nos sentimos con la imagen que proyectamos en el mundo", dice la periodista Mariela Sotomayor, invitando a mirar este fenómeno con una mirada más amplia y comprensiva.

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